12 agosto 2010

Una tarde en la biblioteca

I.

Ninfa de piel canela,
aquella adolescencia que evoca tu sensualidad,
en tu risa agraciada,
mientras tu silueta esbelta atraviesa la sala,
y en tu andar ligero
vas dejando atrás un séquito miradas extraviadas
y decenas de textos perdidos

Solo me vasto verte de perfil,
solo me vasto verte recogerte el cabello,
solo los dioses sabran comprender
el poder con el que perturba tu andar.

II.

Te diría una y mil veces que te amo
dormiría enredado entre tus cabellos
y al amanecer despertaría deseando vivir del claro reflejo de tus ojos.

Aprendería de memoria tus deseos mas oscuros
y los escribiría uno a uno en tus recuerdos,
caería rendido a tus pies,
me levantaría y seguiría deseando conocerte una vez mas.

Pero el sueño se desvanecerá cuando
al final de este verso,
levante la mirada y entienda que no estas.


19 marzo 2010

De la soledad y otros demonios: 1. El sentido de las cosas

No hay como contar una historia, y que mejor que la propia historia, más aun si la realidad por ratos se confunde con la ficción; una fantasía muchas veces deseada, la salvedad de contar un relato elegido intencionalmente o simplemente por el deseo primario de exorcizar los propios demonios.
La mía no se cuando comenzó, solo recuerdo vagamente que estuve allí y luego ya no estuve.
Los días en la escuela carecían de sentido, el discurso repetido de los profesores, las clases improvisadas, las travesuras diarias, de a pocos el colegio empezó a parecer más y más pequeño para nuestras fechorías.
En casa nadie esperaba, no había ningún apuro. Mi madre cerraba su pequeño quiosco de madera pasada la medianoche, desde muy temprano siempre habían clientes dispuestos a ahogar sus penas con cualquier licor que los hicieran perder la conciencia, sin importarles terminar el día siguiente sobre cualquier sucia vereda, al lado de algún poste que despidiera aún el olor que los canes suelen dejar. A mi padre nunca lo conocí, y nunca se hablo de él en casa, siempre creí que debiera ser mejor así.
En la escuela no era habitual esperar a la hora de salida, planeábamos escapar al menor descuido del auxiliar, algunas veces era en el momento de la llegada de mercadería al quiosco de la escuela, otras veces pagábamos al portero algunos centavos, no había mucha negociación, no había mucho espectáculo, un sol por cabeza y ya estábamos fuera, otra veces simplemente no íbamos. De las inasistencias, todo estaba organizado, pues comprábamos otro cuaderno de control de asistencias y lo teníamos siempre al día con los sellos falsificados que mandábamos a hacer. En casa; a los ojos de mi madre, yo era un alumno puntual que ni siquiera imaginaba llegar tarde a clases. No quería imaginar que mi madre llegara a encontrar algún día el control original, que entre gritos, insultos y golpes no sabría cual sería mi castigo final.
En el colegio pasaba inadvertido, simplemente como un alumno mediocre, con faltas menores en comparación con los mas avezados, quienes habían tomado el colegio como su mercado, a donde iban a ganar unos cuantos soles vendiendo marihuana y robando todo aquello que algún desprevenido osase dejar sobre la carpeta.
Ya fuera del colegio todo tomaba un extraño sentido, reunidos en grupos de a veinte merodeábamos las calles cercanas al colegio de mujeres cercano al nuestro, debíamos prevalecer en el lugar, pues así podríamos afanarlas con tranquilidad; sin ser interrumpidos por algún desubicado que no sea de los nuestros, y poder planear con tranquilidad algunas peras, algunas veces a la playa, otras veces a discotecas que para esas ocasiones atendían desde la mañana y a puertas cerradas.
Era el momento propicio de gastar el dinero que obteníamos despojando de carteras, mochilas y billeteras, en cigarros y tragos de dudosa elaboración, que conjugados con euforia colectiva de la música nos iba abstrayendo y nos iba separando en parejas; de las cuales algunos si apenas se conocían hacia cuestión de minutos, y se iban alejando hacia algún rincón oscuro y alejado de la masa de gente, algunas veces en los baños, otras veces; si cabía el pudor, a algún hostal cercano y en una habitación de 5 o 7 soles, y sobre un colchón apenas menos incomodo que el reducido espacio de los baños de aquellos antros, nos sumergíamos en una pasajera ilusión, mientras susurraba promesas imposibles al odio de mis fugaces amantes. Pero en todo este tiempo nunca entendí como es que no pude entablar una relación duradera, y tampoco supe cómo no llegue a embarazar a alguna de ellas.
Entonces todo seguía igual, los días se parecían más unos a otros, y yo seguía sin darle sentido a mi vida. Los años pasaron y cada vez era más evidente mi apatía general, ya pronto el colegio dejo de ser una alternativa en que ocupar mi tiempo. Pasaba las mañanas durmiendo, recuperando fuerzas para lo que haría más tarde, por las tardes parado en una esquina de la cuadra de mi barrio, prestando atención por si se presentase algún desprevenido transeúnte que me sacara de misio, la situación se repetía cada vez más frecuentemente, muchas veces envalentonado por los efectos de un porrito de marihuana, me hacía perder el remordimiento remanente.
Mi madre en casa me prometía; bajo gritos, insultos y golpes, que pronto todo iba a cambiar, que nos iríamos a vivir muy lejos de la ciudad, de ahi, de mis malas compañías, y que entonces yo también tendría que dejar esos malos habitos.
Y todo cambio, pero no como mi madre lo había prometido. Ella enfermo, un ente maligno la carcomía por dentro, se iba instalando progresivamente en sus entrañas. Entonces quise recuperar el tiempo, tomar las riendas del quiosco, juntar dinero y costear el tratamiento de mi madre. Pero los malos hábitos volvieron, las malas compañías no faltaban, yo puse como escusa mi depresión desbordante y me deje llevar. Recaí en alcohol, marihuana pero nada cubría el vacio que llevaba por dentro, continúe con todo tipo de alucinógeno que se presentara a mi paso.
Dentro del universo paralelo en el cual estaba sumergido no pude llevar cuenta del estado de mi madre. Supe que los vecinos la vieron en sus últimos días de vida, yo proseguí en mi camino hacia ningún lado, perdí cuenta del tiempo, de las personas que se movían a mí alrededor, del anochecer y el amanecer, fui parte inmóvil del escenario donde había crecido y vivido toda mi vida.
Y hoy mientras recorro las calles de mi barrio, solo veo recibir miradas de compasión, pues todos creen que eh perdido la razón; sin embargo, ellos no entienden que la razón esta de mi lado, que ahora todo tiene sentido. Pues el sentido de mi vida fue que siempre debí estar solo.

31 enero 2010

Al maestro con cariño

Maestro, te escribo estas lineas banales,
en tu memoria y en la que vive presente en tus versos,
se que nunca me conociste, se que nunca te conoceré,
que nuestro tiempos fueron diferentes, nuestros lugares distantes,
pero tu legado trasciende el inexorable pasar del tiempo,
como tu lo creaste, escribiste y lo cantaste
"canto que a sido valiente siempre sera canción nueva".

Maestro, ahí donde estés, si es que estas,
estarás al lado de tu dios, ese que jamas comprendí,
y leeras paciente estos parrafos sin sentido,
déjame estrechar tu mano
y agradecerte por permitirme conocer que se puede soñar,
y entender que el hombre no cabe en el molde del 'statu quo',
hasta siempre maestro.



Yo no canto por cantar ni por tener buena voz,
canto porque la guitarra tiene sentido y razón.  

Tiene corazón de tierra y alas de palomita, 
es como el agua bendita santigua glorias y penas.  

Aquí se encajó mi canto como dijera Violeta 
guitarra trabajadora con olor a primavera.  

Que no es guitarra de ricos ni cosa que se parezca 
mi canto es de los andamios para alcanzar las estrellas, 
que el canto tiene sentido cuando palpita en las venas 
del que morirá cantando las verdades verdaderas, 
no las lisonjas fugaces ni las famas extranjeras 
sino el canto de una lonja hasta el fondo de la tierra.  

Ahí donde llega todo y donde todo comienza 
canto que ha sido valiente siempre será canción nueva.